Las mujeres estamos hartas de ver como la igualdad nunca es efectiva más allá del papel. Unidas en acción, tomamos las calles para reivindicar que queremos igualdad real ya. La experiencia nos enseña que juntas podemos. Aprendemos en las huelgas laborales, las protestas y en cada victoria sindical.
Exigimos el expreso reconocimiento de los derechos de las mujeres, en igualdad de condiciones, ya sea en el mundo laboral o en todos los ámbitos de la vida.

El capitalismo nos quiere aisladas, silenciadas y obedientes, por ello, la unión debe abarcar el plano privado tanto como el público: en los cuidados y en el trabajo remunerado.
El patriarcado, a través de los mandatos de género, nos mantiene subordinadas e impone una división sexual del trabajo que feminiza sectores, convirtiéndolos en más precarios e invisibles (limpieza, alimentación, sociosanitario, enseñanza, etc.), a pesar de que son imprescindibles para el engranaje de este sistema.

Estamos desbordadas y hartas porque seguimos sin ver ningún cambio que acabe con la brecha salarial. Esta brecha se produce porque la parcialidad en los contratos es muchísimo mayor en trabajos feminizados y también están peor retribuidos.
Esto tiene una repercusión directa no solo en el salario sino también en la protección social, pues cotizamos menos.

Además, una vez contratadas, se nos sitúa en categorías inferiores dentro de la empresa. Se infravalora nuestro trabajo con relación a trabajos realizados por hombres, sin que exista una diferencia de funciones, de capacidades ni de formación necesaria.

Las mujeres obreras hemos de luchar para garantizar nuestra supervivencia y la de nuestro entorno. Después de la jornada laboral, nos enfrentamos a una segunda jornada en el hogar. Haciéndonos cargo de tareas de limpieza, cuidados, compra, cocina y organización. Dedicamos más horas a las necesidades del hogar que los hombres, hecho que limita nuestro desarrollo profesional y personal. Las mujeres que pueden permitirse priorizar su carrera profesional, a menudo lo hacen a costa de otras mujeres más precarizadas. Generando un círculo vicioso de explotación y precariedad de dimensiones globales.

Todo esto, nos desborda y nos empobrece.

A las obreras, y más si eres migrante, se nos convierte en objetos y se nos invisibiliza con el fin de exprimirnos hasta las últimas consecuencias.
Uno de los máximos exponentes de esta perversión la encontramos en las condiciones del trabajo doméstico, donde se ocultan situaciones de auténtica esclavitud, reflejo del sistema machista, racista y clasista que lo sostiene.
El porcentaje tan grande de mujeres migradas en este sector revela la urgencia de la lucha. Su aislamiento, su precariedad y muchas veces el régimen interno, dejan a estas mujeres a la merced no solo de la explotación laboral, sino también del acoso sexual.

Aparte del trabajo doméstico, hay muchos sectores y puestos de trabajo en los que solo se contratan mujeres, y se nos usa como carnada para vender más. Se nos impone cómo ir maquilladas o vestidas para desarrollar ciertas profesiones. Y a menudo, en el mismo proceso de selección, vemos como se nos juzga y se prioriza que cumplamos con determinados estándares de belleza que nada tienen que ver con nuestra capacitación y experiencia, ni con el correcto desarrollo de nuestro trabajo.

Libramos una batalla para ser tratadas con igualdad: como trabajadoras y no como un objeto de venta. Las compañeras no debemos ceder ante estas exigencias por parte de las empresas. Tampoco permitir que este problema quede normalizado dentro de los engranajes de la patronal. ¡Destapemos este acoso!

Si hablamos de ser tratadas como objetos, no podemos olvidarnos de a las mujeres prostituidas. España es el país europeo con mayor demanda de prostitución. Se calcula que hay unas 350.000 mujeres explotadas sexualmente. Es una de las formas de violencia más extrema hacia las mujeres. No se puede construir una sociedad con relaciones igualitarias entre sexos, si hay un sistema criminal que tolera y legitima el acceso sexual de los hombres a los cuerpos de las mujeres a cambio de dinero.

Por último, y no menos importante, si nuestro cuerpo se rebela, y nuestra salud física y mental se resiente ante tanta injusticia, se individualiza nuestra problemática y se nos estigmatiza como locas, como frágiles, etc. Se nos medicaliza, obviando las causas que determinan nuestro malestar. Nuestro ser se rompe bajo la opresión de clase, el racismo y el machismo que soportamos.

Estamos desbordadas, estamos hartas y por todo esto, estamos organizadas.

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